PARAISO PROPIEDAD PRIVADA

No he podido parar de pensar en islas. Antonia se va el fin de semana a la casa de campo para poder dedicarse tiempo completo a trabajar. En el apartamento siempre hay pequeñas distracciones que la desconcentran; el teléfono, las canciones de cuna,  la leche, el cucú, el bonsái, las medias rotas, la gata… mi aliento a leche tibia. Me dijo que se quería ir. No me puse bravo. Aunque pensé que era un juego, hasta me ilusionó la idea de quedarme solo en el apartamento todo el fin de semana para dedicarme a mis cuentos infantiles para niños grandes. Fue una excusa. Siempre tiene trabajo pendiente. Dice que un fin de semana será suficiente tiempo para dedicarse a ella misma. Quiere que yo remiende mis medias rotas, que le de cuerda a su cucú, que haga esas cosas que ella no quiere hacer. Sobretodo cuidar a la gata. Sabe que la quiero. Siente que algo raro le está pasando y alejarse un rato le sienta muy bien.

El viernes por la tarde entré al apartamento. Pensé que Antonia podría haberme dicho mentiras para darme una sorpresa. Sabe que me matan los juegos con risas. Podría haberse hecho la seria para jugar y reivindicarse. De pronto estaría ahí, escondida detrás de la puerta para asustarme, hacerme cosquillas hasta no aguantar más y rendirme ante sus pies. Cualquier sorpresa sería especial. Timbré. Nadie me abrió. Saqué las llaves de mi maletín y abrí la puerta para seguirle el juego. El apartamento estaba oscuro y, “¡Micaeeelaa!” grité, “Micaeela, yo sé que estás aquí”. Dejé la bolsa con las cajas de leche en la entrada. Caminé lentamente cantando una canción de cuna estaba el señor don gato sentadito en su tejado miaumiaumiau miaumiau mirando detrás de cada puerta preparado para cualquier cosa inesperada. Busqué por toda la casa. No había cosquillas hasta no aguantar más y rendirme ante sus pies. Ya iba en el cuarto vacío de abajo cuando sonó el teléfono rin rin rin. La máquina contestó. Se oyó la voz de Antonia por todo el apartamento como un baldado de agua fría – ¿Luis soy yo, estás ahí? Contesta… tengo que quedarme trabajando hasta tarde y después arranco para la finca. Luis… contesta…Perdóname por lo de esta mañana. No quise decir lo que dije. Bueno, después hablamos, deséame buen viaje.- hubo un silencio- No te olvides de darle cuerda al cucú… Ah… y dejarle leche servida a la gata- Colgó.

Le di un dos tres vueltas al cucú. Cuando oí el pito final de la contestadora me senté tranquilo en la mitad del cuarto vacío, o eso pensé porque miré las paredes blancas del cuarto y me imaginé que si tenía paciencia y seguía el jueguito, dentro de poco estarían llenas de nubes y barquitos azules. Fui a la cocina a dejar las tres cajas de leche entera que traje del mercado. Abrí la nevera y las metí arriba para diferenciarla del resto de leche fría. Cogí una del montón. Me podría tomar una vaca entera, “¡Ah, que delicia! Y pensar que a Antonia no le gusta la leche. Dónde estará la gata” Subí al cuarto. Busqué una maleta. Empaqué varias camisetas y unos jeans porque sí. No encontré ni un par de medias que no estuviera lleno de rotos. Las que llevo puestas también tienen rotos. Por poco y saco un roto por dedo.

Marqué al móvil. Cuando contestara le diría, hola mi gatita, ¿no te he hecho falta? Me contestó el correo de voz, “Este es el celular de Antonia Reyes, deje su mensaje después del pito”, colgué. Llamé a la gata para que viniera pero no apareció por ningún lado. Moví la nevera para buscarla. Llevaba escondida ahí detrás por varias semanas y se negaba a salir más que para tomar su leche cuando no había nadie en el apartamento. A veces salía y se comía uno que otro pajarito que estuviera por ahí cantando desprevenido y lo dejaba sin cielo. Se oyó un maullido encerrado. Metí el brazo hasta el fondo del hueco de la nevera tratando de agarrarla. La gata saltó como una fiera y casi me araña la cara. Pegué un grito del susto, “¡Ah!”. Salió corriendo. “¡Micaela eso no se hace!” Por unos segundos quedé parado en frente de la nevera cogiéndome la cara, “¡niña mala, mala, mala!” Un centímetro más y me deja un lindo rasguño en la cara por siempre. Parecería un tipo más interesante. Me apoyé en el mesón de granito y me senté en el piso helado mientras mi pecho parecía desinflarse, “¡Niña mala! ¡Eso no se hace!”. Sin pararme, desde el piso abrí la nevera, cogí leche del cajón de abajo, le llené la taza que estaba vacía y la puse otra vez. Me quedé pensando en el lindo rasguño en mi cara por siempre, niña mala eso no se hace.

Me voy a quedar el fin de semana dándole cuerda al cucú, escribiendo y cuidando a  Micaela. Si no le doy cariño se va a quedar siendo una niña mala eso no se hace. Hace tiempo que no juego con ella.

Esa misma noche de viernes me senté frente al computador a escribir cuentos infantiles para niños grandes. Fue una escena triste. Todo parecía viento frío que entra como un chiflido por la puerta del balcón. Traté de relajarme un poco, respirar brisa refresca sin imaginar islas. Habíamos pensado comprar un pedacito de tierra frente al mar para pasar nuestra vejez mirando el atardecer, de pronto con un par de castillos de arena. Hay demasiado pelo melancolía de ella regado por ahí. ¿Cuál es su problema con las nubes y los barquitos azules? Ella no quiere castillos, quizá ya no haya mar ni atardecer, ni pequeña porción de paraíso propiedad privada.

Dejé a un lado el murmullo del viento y la arena. El chiflido entró por debajo de la camisa hasta sentirlo entre los rotos de las medias. Lucía, necesita agua. Se encuentra en estado de rehidratación después de que acordamos que Antonia se encargaría del agua y yo de la leche. No sé si alguna vez se acordó, sólo tiene memoria dale cuerda al cucú. En esta relación yo soy el que da leche. Ahora no sólo doy leche sino que le hecho agua al bonsái, recojo el pelo melancolía regado por ahí, podo las ramitas secas, las uñitas largas, remiendo medias rotas. ¿Qué mejor ama de casa que yo? Fue difícil comenzar a escribir. Con tantas islas en la cabeza es difícil concentrarse, en fin….

Comienzo a contar palabras como ovejitas y ya empiezan a saltar por encima de la cerca cuando de la nada aparece la gata sobre la mesa. No se acerca mucho sino que pega un brinco desde la mesa hasta el sofá de la ventana. Antonia la mataría. Es el sofá favorito de las dos. A ambas les gusta mirar hacia afuera y lamerse los brazos un rato. Cuando Micaela era pequeña y vivíamos solos siempre nos acostábamos ahí como unos terneros a tomar leche caliente por la mañana, leche caliente al medio día, leche caliente por la tarde y leche caliente antes de dormir. Después vino Antonia con su boca sabor aceituna. A ella nunca le dieron leche entera. Nació sin ombligo. La trataban como una princesita malcriada y le daban jugo de maracuyá. Nunca he podido entender por qué de maracuyá pero así fue.

La vi por primera vez en la playa, y supe que nunca le habían dado leche cuando niña. Fue una noche a la orilla del mar. Estaba con unos amigos que la trataban como una princesita malcriada. Me senté a espiar en la oscuridad. Se la pasó fumando y haciendo figuritas de humo; hacía círculos, cuadrados, rectángulos y hasta triángulos. Sus amigos la miraban a través del humo, maravillados por la forma en la que movía los labios pescados. Ella tomaba martini. A mí me daban ganas de ir y decirle, “oye nena, quieres tomarte un vaso de leche caliente conmigo”. Pero ella estaba divirtiendo demasiado a sus amigos con sus figuritas geométricas y sus labios pescados. Con una mano cogía el cigarrillo y con la otra una aceituna. Yo veía el gusto con el que aspiraba el humo y le exhalaba figuritas en la cara a alguno de ellos. Después sacaba su lengua de escamas y le daba un pequeño mordisco a la aceituna. Sus amigos le sonreían mientras hablaba y movía el humo con el cigarrillo y la aceituna como una princesita malcriada. Al ratico que se le acababa el cigarrillo, algún amigo sacaba otro y se lo ofrecía mientras otro sacaba el encendedor y se lo prendía. Cuando se comió su aceituna cada uno fue ofreciéndole la suya. Le fueron estirando la copa uno por uno para que ella metiera los dedos hasta el fondo del trago y cogiera la aceituna. La servían como a una princesita malcriada para poder verla sacar su lengua de escamas en medio del humo. Yo  salpicaría el mundo de leche entera para verla sonreír.

Esa noche compré un tarro de aceitunas y me lo comí camino a mi apartamento. A eso debía saber su boca, a aceituna.  Cuando llegué Micaela se me acercó lo suficiente para darse cuenta que olía a aceituna. Salió corriendo y se escondió detrás de la nevera. Fue la primera vez que se escondió ahí. Dormí con la boca sabor aceituna y Micaela no se me acercó en toda la noche. Al otro día tomé varios vasos de leche al desayuno. Duré con la boca sabor aceituna hasta el próximo viernes que volví a la playa a la hora del atardecer.

Llegué al mismo lugar. Ella estaba ahí. Aunque tenía cierta sensación de te conozco de antes por la boca sabor aceituna, no podía acercármele y decirle, “¿oye nena te gustan las aceitunas? ¿Quieres ir a tomarte un vaso de leche caliente conmigo?” Se puede decir que la conocí por su nombre en mayúsculas. Igual que el de mi mamá. Había escrito un letrero enorme en la arena que decía “ANTONIA” y miraba hacia el mar. Era una niña llena de islas. Yo le traje unas flores que arranqué y le pregunté de quién era el nombre, ella me contestó que no tenía dueño. Me senté a hablarle de Micaela y Lucía, y ella me habló del cucú mientras le arrancaba los pétalos a las flores y los cortaba en pedacitos. La playa, Antonia en mayúsculas, la brisa fresca, hablar de castillos de arena, retazos de historias de la gata, de por qué tenía nombre el bonsái y una breve introducción de la pequeña porción del paraíso propiedad privada hicieron que el nombre sin dueño sobre la arena se llenara de esos retazos de pétalos como si hubiera florecido un nuevo nombre. Una nueva niña llena de islas y risas.

Iba a amanecer. Ella me dijo, Oye nene, tienes aliento a leche tibia, Yo le dije, Oye nena ¿quieres ir a tomarte un vaso de leche caliente conmigo?, Ella me dijo, Oye nene, no me gusta la leche, ¿Por qué no te gusta nena? Porque a las niñas sin ombligo no les gusta la leche. Contestó señalándome su barriguita con los dedos untados de polen,  La leche es el ombligo de la vida, nena. Ella me dijo, Oye nene, yo no tengo ombligo. Se acostó sobre la arena y trató de dibujar un ombligo de polen. Efectivamente tenía la barriguita lisa como si fuera un pescado. Ese día comprobé que Antonia tenía la boca sabor aceituna y una lengua de escamas pero que las aceitunas con leche saben a rico también.

La gata sigue sentada frente a la ventana. Tal vez esté pensando en el sabor aceituna. Llevamos varios minutos mirándonos en duelo a los ojos, Un, dos, tres, el que quite la mirada pierde y pide perdón. Yo por traer a casa la boca sabor aceituna, ella por ser una niña mala eso no se hace. Está muy brava conmigo. Sabe que la quiero pero sabe que desde que traje a la boca sabor aceituna con sus islas a vivir acá no hemos vuelto a tomar leche caliente en el sofá por la mañana, leche caliente al medio día y leche caliente antes de dormir. Son demasiadas islas para este apartamento donde viven un hombre, una gata y un bonsái. No me lo perdona. Sigue allá callada mirándome. Le rascaría la espalda si no fuera necia. Pero es una niña mala eso no se hace. ¡Malcriadas! ¡Malcriadas! ¡Malcriadas! A las princesitas malcriadas toca enseñarles a portarse bien a las buenas o a las malas.

– Deje su mensaje después de la señal- dijo el aparato contestador. Mientras comenzó también a cantar el cucú cucú – Luis, soy yo- cucú cucú- Me imaginé que no ibas a estar- cucú cucú- sólo llamo para darte las buenas noches- cucú cucú- que duermas… -cucú cucú- dale cuerda al cucú- cucú cucú- Mañana te llamo (pero no te llamo)- cucú cucú.

Miro hacia la ventana y la gata ya no está. Creo que perdí un dos tres el que quite la mirada pierde. Quité la mirada sin darme cuenta. Ahora me toca buscarla por todo el apartamento para pagar un poquito por todas las tomadas de leche caliente en el sofá que le debo. Cada juego tiene sus propios mecanismos. Si pierdo la memoria dale cuerda al cucú, si no le echo agua a Lucía, si no tomo leche caliente en el sofá, si no remiendo los rotos de las medias, si no escribo cuentos infantiles para niños grandes, si no juego el juego de la manera que ellas quieren, entonces…. Pelo melancolía regado por ahí. Gatas. Princesitas malcriadas. Islas. Niñas malas eso no se hace. Boca sabor aceituna. Niña sin ombligo. Labios pescados, lengua de escamas. Mañana te llamo pero no te llamo. Jugo de maracuyá. Uno no entiende. Gatitas esquivas gateando en la mitad de la noche. Un día aúllan como gatas en celo y al otro tratan de hacernos un lindo rasguño en la cara por siempre como fieras. Gatean por la terraza, por entre las piernas, por entre la noche, por el mundo, como si quisieran refregarse en todo para dejar pelo melancolía regado por ahí hasta en la leche.

Sueltan pelo para dejar huellas péiname despéiname en el camino. Al comienzo es bonito encontrar uno que otro pelo melancolía regado por ahí, en la cama, en la almohada, en el sofá, en el baño, en la ducha. Recordar su larga cabellera como si fuera un cordón umbilical atado al pasado invisible; a las figuras geométricas de humo, a los labios pescados, a la boca sabor aceituna, a la lengua de escamas, al nombre sin dueño, al pequeño paraíso propiedad privada, a las nubes y los barquitos azules, a la niña llena de islas, a la niña llena de islas y risas. Huellas péiname despéiname, pelo melancolía regado por ahí, a la basura.

El fin de semana fue largo pero por lo menos me distraje escribiendo un par de páginas de cuentos infantiles para niños grandes que más adelante también terminarán en la basura con el pelo melancolía regado por ahí. El domingo madrugué a remendar medias. En el instante que metí la aguja en el primer roto, comenzaron a resbalar un montón de gotitas saladas por mis cachetes hasta caer en mis labios. Esa mañana dominguera, la boca se me inundó de sal. El sabor de las medias rotas: salado. El sabor de las cajas de leche: salado: El sabor del canto cucú cucú: salado. El sabor del viento frío que entra como un chiflido por debajo de la puerta del balcón: salado. El sabor de las ramitas secas: salado. El sabor del pelo melancolía regado por ahí: salado. El sabor de los cuentos infantiles para niños grandes: salado, muy salado. Tomé y tomé leche para quitarme ese sabor pero hasta la leche me sabía a sal. Para mi gusto, el domingo estuvo demasiado salado.

Antonia tenía razón. El fin de semana le sentó bien a la gata. No se volvió a esconder detrás de la nevera, ni trató de hacerme un lindo rasguño en la cara por siempre, ni fue una niña mala eso no se hace. Por la tarde, se sentó a lamerse los brazos en el sofá. Quiere decirme algo pero la lengua lija no la deja. Ninguno de los dos se ha acercado al otro ni ha dicho nada pero creo que muy pronto llegará gateando como una gatita en celo miau miau miau.

Antes de ir al supermercado a traer leche me cercioré de que el cucú no estuviera atrasado. Le di un, dos tres vueltas al cucú. Si se atrasaba podía irme olvidando, de una vez por todas, del paraíso propiedad privada. Fui por más leche – No es que se hubiera acabado -Hay demasiadas cajas a medio empezar todavía- fui simplemente para respirar brisa refresca y no estar en casa cuando llegara Antonia. Desde el viernes intenté demasiado no pensar en la discusión que tuvimos. Se pasó el fin de semana y no sabía todavía qué le iba a decir sobre nubes, barquitos azules y castillos en la arena cuando llegara. A la vuelta del supermercado no me pude zafar de tres palabras que se repetían dentro de mi mente una y otra vez, “Quiero ser papá”, oí una voz entre mí. Paré en la mitad del andén, cerré los ojos, canté, estaba el señor don gato sentadito en su tejado miuamiuamiua miaumiau, para no oír mis pensamientos.

Abrí la puerta, luces apagadas, entré al apartamento. Estaba tan oscuro que me dio miedo el pajarito cucú. No vi a la gata por ninguna parte. Fui a la cocina a dejar las tres cajas de leche entera que traje del mercado. Abrí la nevera y las metí entre el montón. Cogí una y me tomé un largo sorbo de ternero. Subí al cuarto. El contestador tenía un nuevo mensaje embotellado. Lo prendí, sonó el eco de Antonia, “¿Luis soy yo, por qué no me contestas? Quiero decirte algo: …me voy a quedar acá para pensar un tiempo. Creo que esto es una cosa muy grave y yo no quiero que sientas que te estoy privando de tu paraíso propiedad privada por un capricho mío … No quiero tomar una decisión precipitada, por eso quiero que cada uno tenga su isla para pensar qué es lo que quiere… bueno, después hablamos. No me vayas a llamar, yo te llamo (pero no te llamo).”- ni siquiera se despidió sino que colgó ahí mismo.

De pronto me equivoqué desde el principio al pensar que sobre un pedazo de tierra podía construir un paraíso propiedad privada. Ya no quiero más sabor aceituna en la boca. Pelo melancolía regado por ahí. Trato de no pensar en islas y risas. No más labios pescados. No más escamas en la lengua. No más princesitas malcriadas. No más niñas sin ombligo. No más memoria dale cuerda al cucú. Oigo los mensajes como si la voz que habla estuviera embotellada y la corriente del mar los alejara cada vez más. Hace frío y no quiero escribir. Tengo que echarle agua a Lucía.

Sonó el canto cucú cucú. Corrí hasta la pared en la que estaba colgado y le quité la llave un, dos, tres vueltas al cucú en medio de su canto cucú cucú. Lo dejé como los pajaritos sin cielo paralizado con las puertas, las alas, y el pico abierto. Como si quisiera salir, volar y cantar algo al viento. Pero no lo dejé petrificado. En todo caso, nunca volará Me fui a dormir tempranito como un niño juicioso. Apagué la máquina de mensajes embotellados, me cepillé los dientes para refrescarme y no soñar con la boca sabor aceituna. Mañana tomaría leche caliente en el sofá por la mañana, leche caliente al medio día y leche caliente antes de dormir. Me puse la pijama y unas medias rotas y me acosté dentro de las sábanas. No sé cuanto tiempo estuve pensando en islas antes de dormir. Finalmente pude conciliar el sueño. Pero me despertaron ojos felinos mirando en medio de la oscuridad.

Me despierto. Veo el cuerpo de Micaela sobre la almohada ojos felinos mirando en medio de la oscuridad. Me acaricia la frente con sus manitas de peluche como si quisiera borrarme las islas de la mente. Si pudiera, cosería los rotos de mis medias. No sé cuanto tiempo me acaricia antes de despertarme. La cojo con ternura y le rasco la espalda. Ella deja de consentirme y se queda quieta esperando que la arrope buenas noches. Yo la jalo, la abrazo fuerte y la meto entre las cobijas. La consiento y la consiento, niña mala eso no se hace. Te pido perdóname, perdóname, perdóname. Ella ruge pasito y se deja atrapar por mis islas, por mis rotos, por mi aliento a leche tibia.  Lloro gotitas saladas en silencio. Ella me lame la cara con su lengua lija. Nos quedamos por un rato ojos felinos mirando en medio de la oscuridad. La miro, la acaricio, le digo perdóname, perdóname, perdóname, hasta que nos quedamos callados a oscuras en medio de niña mala eso no se hace y un par de gotitas saladas en silencio.

Hace frío. Me duermo con ella entre mis brazos pero gatea hasta el fondo de las cobijas y se duerme allá, en la oscuridad total de la cama. Yo le rasco la espalda con uñas. Siento la sensación de caliéntame los pies fríos. Me gusta esa pelusa suave entre mis piernas, entre mis pies y entre mis dedos. Me hace sentir como cuando era niño y jugaba con mi mamá a adivinar qué muñeco había debajo de las sábanas. Me gustaba jugar con mi mamá todas las noches. Era mi juego favorito. Siempre me dio gusto. Me obligaba a dormir con medias para que no sientas frío de noche. Por eso me gusta la sensación de caliéntame los pies fríos. Antonia dormía sin medias y no hacíamos caliéntame los pies fríos entre las cobijas. Qué pies tan fríos. Que islas tan alejadas. Que princesita tan malcriada. Mis medias tenían demasiados rotos para que ella pudiera pensar en castillos de arena conmigo.

Los días que siguieron fueron días de leche caliente en el sofá por la mañana, leche caliente al medio día y leche caliente antes de dormir. Amanecíamos envueltos en aliento a leche tibia lamiéndonos la cara. Me despertaba cuando Micaela ya se había levantado de la cama y andaba en el jardín. Le echaba agua a Lucía, le cortaba las ramitas secas. Salía en pijama a mirar a Micaela sin que ella se diera cuenta. La pescaba sigilosamente cazando pajaritos sin cielo, sacándoles los ojitos y las tripitas como si fueran una bola de lana. La brisa refresca volvió al apartamento cuando el cucú cucú y el contestador no volvieron a sonar.

Calma.

Por las noches me despierto en medio de la oscuridad. Trato de volverme a dormir pero es imposible. Busco el cuerpo de Micaela entre las sábanas, su pelusa, su boquita. Le canto estaba el señor don gato sentadito en su tejado miaumiaumiau miaumiau. La cojo entre mis manos, mis brazos, mis piernas, mis pies. Juego a adivinar que mi muñeco de peluche es ella. Le meto los dedos entre los dientes para que me muerda sin morderme entiérrame tus colmillos pasito. Cierro los ojos. Le meto la lengua entiérrame tus colmillos pasito. Dentro de su boquita las dos lenguas juegan al gato y al ratón. A veces se esconden, salen, se esquivan, se raspan y se untan babas sana que sana colita de rana. Hasta que se duermen una encima de la otra caliéntame los pies fríos entre el eco ronroneo de los cuerpos.

Por las mañanas me despierto y ella está sentada sobre la cama lamiéndose el cuerpo y moviendo la cola. Me quedo mirándola con ojos de gato mientras saca su lengua y se la pasa por todo el cuerpo; las manos, los antebrazos, la barriga. Levanto la cobija y saco el pie para acariciarla con el dedo gordo. Le hago cosquillas y ella juega con mi dedo como si fuera una personita. Se revuelca sobre las cobijas. Lo trata de coger con la mano y lo suelta. Cuando paro de juguetear, se acerca y comienza a lamerme el dedo, el pie. Siento el carraspeo de su lengua lija. Me hace cosquillas. Yo muevo el pie para que me lama la planta, ella me la lame. Me hace más cosquillas y yo muevo más el pie. Cada uno le rasca la espalda con uñas al otro a su manera. Nos rascamos la espalda como si estuviéramos en el paraíso propiedad privada. Sin islas. Sin boca sabor aceituna. Envueltos en aliento a leche tibia.

Micaela entró en celo y yo traté de mantenerla encerrada. Nos despertaron los maullidos heridos de un gato desde afuera. Micaela se paró y corrió a la ventana. Lo miraba con pesar y me volteaba a mirar. Me pidió que le abriera la puerta con ojitos de gata yo no fui. Me levanté queriendo ser el señor don gato sentadito en su tejado miaumiauiau miaumiau y se la abrí como un caballero sentadito en su tejado.

Esa noche volvió tarde con ojos de gata yo no fui niña mala eso no se hace caliéntame los pies fríos.

No sé cuanto tiempo pasó hasta el día en que no cabía una caja más de leche entera en la nevera. Ese día las saqué todas y las metí en el cuarto vació de abajo. Me pasé todo el día encerrado miaumiaumiau miaumiau pintando el cuarto de nubes y barquitos azules. Construí una cuna arrurrú mi niño a los gatitos, mientras veía pasar a Micaela ojos felinos mirando en la oscuridad con su barrigota cargo gatos gateando por la terraza, por el tejado, por entre la noche, por el mundo como si fuera la mama del mundo entero.

Me despierto en medio de la noche oscura oscura. Gateo alrededor de la cama ojos felinos mirando en la oscuridad miau miau miau alrededor de mi presa miau miau miau hace calor miau miau miau tengo sed miau miau miau despego las sábanas del cuerpo para refrescarme miau miau miau busco el cuerpo de Micaela barrigota cargo gatos miau miau miau le meto los dedos entiérrame los colmillos pasito miau miau miau pego mis labios a su lengua lija miau miau miau caliéntame los pies fríos miau miau miau babas sana que sana colita de rana miau miau miau le rasco la espalda con uñas miau miau miau ella se da vuelta miau miau miau se acerca hasta tocar mi cara con su barrigota cargo gatos miau miau miau eco ronroneo de los cuerpos miau miau miau jugamos al gato y al ratón miau miau miau en medio de la noche oscura oscura miau miau miau ojos felinos mirando en la oscuridad miau miau miau le chupo las teticas como un ternero miau miau miau hasta que se me acaba la sed miau miau miau. Si pudiera le chuparía las teticas a la nevera, a Lucía, a los pajaritos sin cielo, al señor don gato miaumiaumiau miaumiau, al cucú cucú, a los días y las noches. A todo aquello que tiene ombligo y sabor a mama miau miau miau.

Esperaba con ansias de papá la llegada de los felinos al mundo como si fueran míos hijos míos miau miau miau. El resto del mundo parecía estar en un segundo plano. Asumí la barrigota cargo gatos como mi propio embarazo. Así pasaron los días hasta que una media noche mientras tomaba leche caliente en el sofá depronto…

Suena el timbre del teléfono por todo el apartamento como una interrupción del paraíso propiedad privada. El contestador contesta. La voz de Antonia habla con voz de niña llena de islas y risas: “¿nene soy yo, estás ahí? Contesta… ya pensé las cosas. Te pido perdóname perdóname perdóname. Nene, yo soy tu nena. Quiero tomarme un vaso de leche caliente contigo, cariño, todavía podemos construir nuestro paraíso propiedad privada. Si quieres te remiendo las medias”. Micaela se quedó ojos felinos mirando en la oscuridad. Se agitó. Intentó lindo rasguño en la cara por siempre niña mala eso no se hace barrigota cargo gatos.

¡Puja, puja, puja! Toca pujar para parir ¡Puja! Pujar para parir gatitos ¡puja! Pujar para parir cuentos infantiles para niños grandes ¡puja! Pujar para parir un lindo bonsái ¡puja! Pujar para parir figuritas geométricas de humo ¡puja! Pujar para parir islas ¡puja! Pujar para parir castillos de arena ¡puja! Pujar para parir nubes y barcos azules ¡puja! Pujar para parir princesitas malcriadas ¡puja! Pujar para parir una niña llena de islas y risas ¡puja! Pujar parir días ¡puja! Pujar para parir noches ¡puja! Pujar para parir paraíso propiedad privada ¡Puja, puja, puja! ¡Puja parir! ¡Micaela! ¡Puja parir!  En medio de gritos y maullidos salieron siete gatitos con ombligo al mundo. Con los ojos placenta pegados. Los miré y supe que eran míos ojos míos.

Los días siguientes serían días de leche caliente en el sofá por la mañana, leche caliente al mediodía, leche caliente por la tarde y leche caliente antes de dormir. Amaneceríamos en medio de nubes y barquitos azules envueltos en aliento a leche tibia lamiéndonos los bigotes, la cara, la nariz, el cuello, los dedos, las teticas. Llenaría mis bigotes y mis días de dulce lactancia materna y la compartiría con siete gatitos con ombligo míos ojos míos felinos en la oscuridad.

Laura Torres: Bogotá, octubre 2005.




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